Autora:Laura Pérez Arjona
Editora: Catalina Oviedo
Manyoma y la montaña es un texto producto de largas trochadas por el municipio de Calamar- Guaviare entre amigas, realizada durante un invierno lleno de lluvias, caídas en moto, visitas a fincas y entrevistas en el 2021, pero sobre todo, es producto del convencimiento de dos mujeres que hemos decidido buscar alternativas a la deforestación del bosque amazónico de la mano de las comunidades campesinas. Hoy en el día del campesino y la campesina queremos honrar a quienes nos han dado esperanza en la conservación de la vida amazónica, a partir de la hermosa narración escrita por Laura Pérez Arjona sobre la historia de vida de Manyoma un campesino que ya no nos acompaña en este plano, pero que en el primer instante que nos conoció, nos cantó y nos bailó: “Catalina, la Oh, Catalina la Oh”. Manyoma, nos permitió entrar a su finca en la vereda La Cristalina para conocer cómo su bosque empezaba ser fuente de ingreso económico a partir de la cosecha de frutales como el Cacay y el Asaí, pues su sueño era que le pagaran por tener el bosque en píe. Manyoma es una historia que retrata a la mayoría del campesinado del Guaviare, a las gentes que le apuestan a la conservación del bosque y a que su terruño sea un lugar de cambio y de paz.
Se acerca un hombre afro, trae botas de caucho, pantalón negro, camisa azul y una peinilla enfundada, amarrada a la cintura, que le cuelga por la pierna. Sobre la camisa un poncho colorido y en su cabeza una gorra azul y blanca. Trae tapabocas, solo se ven sus ojos, pero aún así es evidente que viene sonriendo. Camina bailando y unos pasos después canta “Catalina, la Oh, Catalina la Oh”.
Es José Franklin Manyoma, salió de una casa que de tanta manigua casi no se ve. Manyoma como le dicen, es un hombre de sesenta y tres años, nacido en el Chocó. Llegó hace más de 3 décadas al departamento del Guaviare con la promesa de hacer plata. Antes de eso, había estado en Villavicencio trabajando como guarda de seguridad, pero renunció y decidió meterse por los lados de Calamar a raspar. Cuenta que siempre tenía en mente ser al que más le rendía, el que más plata hacía, así que aprendió a “quimiquiar” para poder trabajar más y hacerse más plata. Habló con los jefes, acordó que madrugaría a raspar para
tener tiempo y luego irse a “cocinar”. Fueron esos mismos jefes quienes le dijeron “Agarre todo ese pedazo de tierra” y así, en el 2004 se hizo a lo que hoy es su fundo, actualmente con menos hectáreas porque con el tiempo ha regalado algunos pedazos.
“La gente no entiende porqué le pusieron a esto La Cristalina”, se ríe y empieza a contar:
Lo que pasa es que allá en La Pista había un cristalizadero. Donde ve ese potrero que está ahí, era una pista y de ahí llevaban la mercancía ya lista. Esto era de ese man de “Los Tolosa”, de esos del cartel de Medellín. Esa es la verdad, pero cuando a mí me preguntan yo digo: “Se llama así porque en La Cristalina, uno tira una moneda y usted la ve ahí, clarititica. ¡Vaya pa’ que vea!”.
Es difícil interrumpirlo, Manyoma habla sin parar, aprovechando que estamos interfiriendo en su cotidianidad sin mucha interacción humana.
Vea, yo tengo en rastrojo entre seis y diez hectáreas, ese rastrojo no está conectada con la montaña porque me pidieron permiso para poder pasar la carretera por aquí al frente, hasta la guerrilla me decía que no diera permiso, que eso era para problemas, pero yo que iba a hacer eso, imagínese hasta dónde tendrían que ir para buscar camino si no hubiera dejado que pasara esa carretera ahí.
Yo me mantengo solo y sólo yo trabajo la finca. Lo único que yo tengo aquí es que me pagan un pastico mensual y caben como diez o veinte vacas, sino que ahora las saqué. A mí me pagan el pasto, pero esas vacas no son mías. Yo no vendo ni la leche, a mi me pagan quince mil por animal que está en el pasto, eran veinte, las tuvimos que sacar y ahora que las volvamos a meter solo vamos a dejar ocho.
«Un ser vivo más, habitando la inmensidad de su montaña lejos de otras personas aprendió de la pantera, se saludaba con el tigre y compartía su cosecha con los saínos, los chaquetos y las lapas.«
No tengo animales, ni siquiera gallinas, porque la otra vez tenía y el tigre se las comía, se las tenía era para él. Es que por aquí sí hay harto tigre. Él, cuando se arrecha se atraviesa por aquí. Una vez de donde Cipriano, sacamos un ganado para aquí y esa noche yo escuchaba que algo hacía como un toro, y yo pensé que era un toro blanco que tiene Cipriano que es un problema, porque siempre hace lo que quiere, y dije “¡Mínimo ese verraco se vino y dañó la cerca!”, me levanté con la linterna y alumbre para allá, y allá donde están esos palos de mango estaba el tigre, bieeen sentado. Yo lo alumbró y él se me queda mirando. Es que yo a esos bichos no les tengo miedo y luego él fue arrancando de allí para allá, vea él arrancó tranquilamente y llegó por allá hasta la cacaotera.
Otra vez iban doce, todos escopetados, todos le soltaron tiros y ni uno solo le dio, ¿Y sabe porqué pasa eso? Porque la finca estaba rezada, después que usted coja un tigre a plomo y no le pase nada es que ahí por donde pasó, estaba rezado. ¿Sabe cómo lo habían podido matar?, solo si lo encontraban a quinientos metros, esa es la única manera. Pero, además, si usted lo tirotea dentro de la finca, eso sí es tremendo para luego sacarlo le cuento, porque después de eso, el se vuelve aún más tremendísimo para matar animales. Si en cambio usted no le hace nada y la finca está rezada, el pasa por la mitad de los potreros como si nada, como si fuera ciego y no se come ni una sola vaca.
Aquí había un señor que sabía rezar y ese fue el que le ahuyentó el tigre a la gente de La Pista. La otra vez cuando todo era montaña, si no se encontraba tres o cuatro tigres hasta la salida del Triunfo no se encontraba nada, era mucho encontrarse tigres, hermano. Un día me encontré la pantera, esa que es negra y larga, y yo me quedé quiieeeto. Pero esa lo ve a uno y no para. Apenas ella lo ve, se vuelve humo, mejor dicho, a lo que ella pasa, si usted no la ve bien, ya luego no se da cuenta que pasó ahí por su lado. Uno se da cuenta que es pantera si la conoce bien, o por la cola, que es larga. Ella es toda largota, como toda flacuchenta y es la única que se trepa rápido en los palos, entre más alto se trepa es más precisa para atacar. Pero el que sí lo briega a corretear a uno cuando lo ve, es el leoncillo como le dicen por aquí. Ese sí se le para a uno y lo saca a correr, ese es uno como rojizo. Aquí siempre ha habido tigres, solo que ahora se han ahuyentado un poco porque hay mucho ya destapado. A veces, cuando uno menos piensa, pasan dos y son bien grandes, eso uno pone la mano en la huella que dejan y la mano de uno no es nada, se ve chiquitica ahí.
Y lo otro también, son los benditos saínos: Antes esos bichos no se comían nada y luego, una vez nos fuimos con un muchacho que vino a buscar unas pepas y cuando llegamos, eso ya era un peladero. Entonces, yo le decía que teníamos que madrugar más y llegábamos más temprano y, ¡Qué!, no había nada. Yo creo que esos bichos se levantan a comerse eso a las 4 de la mañana. Un día nos fuimos de aquí para allá, entre oscurito y claro, bien de madrugada, y dije yo “Bueno hoy vamos a aprovechar el palo ese que dejamos” ¡Ja! cuál aprovechar, esos ya habían estado ahí y en todos los palos que llegábamos, los saínos, los cajuches y las lapas ya habían recogido todas las pepas.
Yo tengo plátano, yuca y a veces cosecho maíz, pero este año no quise porque los loros y los micos creen que eso es para ellos. Por ejemplo, la otra vez el mico veía una lechosa, no se la comía, veía el cacao, no se lo comía. Y ahora, ¡Virgen santísima!, le cuento que llegan ahí y ven esa cacaotera que apenas está dando y ya se lo están comiendo así bichechito. ¡Ah! y también sembré qué día una yuquera. El Sinchi nos dijo que sembráramos media hectárea y que nos pagaba por eso, pero casi no probé una, toda la acabaron el chaqueto y los saínos.
Acá el plátano puede dar la base, pero usted sabe ¿Cuánto le cobran a uno para sacar una carga de plátano en una camioneta? Uno tiene que pagar unos doscientos o cuando el tipo es amigo de uno le cobra ciento setenta o ciento ochenta y eso no da. “Yo no sé qué hacer, pero pues si a mi me pagan yo sigo conservando”. Le insisto entonces, que me diga qué se le ocurre que pueda ser una alternativa y me responde: “Yo no sé qué hacer, pero pues si a mi me pagan yo sigo conservando.
Es que vea, yo en cultivos tengo dos hectáreas de eso que le he contado, en pasturas dieciséis que las alquilo para vacas y la finca en total son 168 hectáreas. Mejor dicho, el resto, que es bastante, es pura montaña y vea que yo sí creo que a uno deberían pagarle por eso, pero lo que hacen es que lo castigan y en cambio a los que han derribado como un hijuepuchica, a esos sí los premian por eso.
Esos palos que usted ve allá, los sembré yo y así como están, el plátano le hace sombra al cacao, le metí maderables y tengo también cacai entre el cacao, esos palos sí que están bien bonitos. Los sembré porque un ingeniero me dijo: “vea, usted haga un solo trabajo, métale el cacai entre cada 12 m de ancho, de calle a calle y hace un solo trabajo, lo limpia todo en una sola”. El cacai aún no está en producción, apenas tiene un año, le faltan dos, porque a los tres es que da. Aunque ese palo es raro, porque dependiendo de la variedad, si es de la grande, da todos los años, pero si es de la media o de la pequeña ese da, un año sí, un año no.
El cacai que yo sembré me lo dieron del proyecto ese de Caminemos y ese sí ya está injertado, mejor dicho, ese es de pepa grande porque si fuera del chiquito no se deja injertar. Al primero que le dieron fue a Sigifredo y el me dijo “Manyoma le cuento que esos palos crecen bonito, mano” y entonces, yo le dije a la muchacha que si me daban unos ciento setenta palos y ¡Verdá! me dieron ciento setenta palos, pero eso no nacen todos. Allá donde Rolando estuvimos como tres días para traer eso para acá, veníamos en carro y hasta ahí llegó porque se enterró ese tiesto y no ando más. Luego entonces tocó cargar todo eso como cuatro días haciendo viajes, hubo unos palitos que se me maltrataron mucho y tocó echarlos en ese tractor de José. Pero bueno, siempre quedaron como unos ciento y pucho de palos que pude sembrar. Lo otro bueno, es que ese palo se puede sembrar en cualquier época, eso que le digo fue como en junio o julio y esa primera cosecha estará por ahí en tres años, ya de ahí en adelante, saldrá una vez al año.
Con el que tengo en el bosque que ya está dando me hice el año antepasado como cuatrocientos mil, que eso serían unos ciento cincuenta o doscientos kilos. Y claro, luego de eso, dije yo, “Bueno carajo, este año me voy a tapar”. El muchacho que vino esa vez se iba en la moto con una lonada llena todos los días y nosotros más contentos. Me dijo: “Manyoma esté piloso el otro año pa’ que me avise” y este año contrató dos manes. Verdad, vinieron dos veces y no cayó nada, ni una pepa. Esos muchachos abuurridos, porque eso no quiso echar, así que yo también quedé más aburrido hermano.
Esa primera vez fue la mejor cosecha, vino el muchacho y me dijo si podía seguir para mirar y yo le dije que bueno, que camine. El me decía “Vea esa que está ahí, vea esa que está allá, vea esa otra pepa” y yo le decía“¡Aaaah sí, sí, sí! pero mentira, yo no veía nada. Y le cuento que nos fuimos pal lado de allá y había un palo que estaba ¡Juuum!, él me dijo “Manyoma, aquí está la cosecha, aquí está la plata hermano. Vea, esté pendiente que cuando comienza el invierno hay que cogerlo” Y verdad, en abril se viene otra vez ese man y vea, todos los días venía y todos los días se llevaba una lonada y yo también sacaba otra lonada y nos hicimos cada uno un par de viajes en moto y los otros muchachos allá en el pueblo con los martillos rompa y rompa esas pepas. Tenían unas coquitas y con el martillito le iban dando, rompa y rompa la nuez, todo artesanal.
Manyoma habla y sigue su historia como si me leyera la mente, porque mientras lo escuchaba pensaba qué cosas han cambiado desde que él llegó y me dice: Aquí lo único que daba era la coca, pero esa vaina también yo la acabé, no quise joder más con eso: Eso sí daba y ahora vea, otra vez está en buen precio y muchos me dicen, “¿Usted teniendo tanta montaña por qué no vuelve y siembra de eso?” pero no, yo no quiero joder más, yo ya salí de eso, yo cumplí con mi parte, lo que pasa es que a mí no me cumplieron. Del PNIS nos dijeron que nos iban a dar doce millones, y luego dijeron otra cosa y nos quedaron debiendo diecinueve que ya no son diecinueve, sino que ahora dicen que son solo nueve. Yo me metí a Ascatrui cuando fue el asunto de la coca esa, cuando acabamos la coca. Pero ahora, lo único que quisiera es que se hiciera algo que le diera rentabilidad a uno, porque la verdad es que aquí estamos mal.
A mí me gustaría tener sistemas agroforestales, frutales amazónicos, pero para vivir del bosque está como duro, faltan muchas cosas, porque para uno decir “voy a vivir de esto, pero ahí sí uno diría que sí, que yo voy a vivir de esto. Vea por ejemplo el cacai, este año no hubo nada, quién sabe cómo será el otro año, así que yo no sé qué hacer porque aquí ninguna producción da. Vale más el viaje para sacarla que lo que le pagan por la misma cosecha y vea, ahí en ese pedacito de montaña que usted ve, hay como cuarenta y pucho de palos de cacai.
La vez pasada vino alguien y me dijo si le daba permiso para recoger asaí y por ahí alguna otra pepa, y yo le dije “Hermano, métase ahí entre esa selva y llévese lo que encuentre, yo no le pongo problema a eso”, yo para que me voy a poner a hacer problemas con que entren o con que tomen fotografías. Otro día vinieron dizque los exploradores de Ascatrui y yo feliz con eso, eso sí me gustó, yo agarré esa cámara y tome fotos, feliz. Al fin y al cabo, el gobierno ya sabe que uno vive por acá donde se supone que no puede vivir, pero, ¿Cuánto hace que uno está acá y cuánto hace que la gente ya sabe que uno está acá? Y vea, al fin y al cabo, nada nos solucionan.
Cuando Manyoma dijo esa última palabra, dejó de caer el aguacero amazónico que acompañó toda la conversación. Como sabía que íbamos a visitarlo, unos días antes compró carne en el pueblo y nos tenía almuerzo. Comimos, y caminamos un rato por la finca. Nos dijo, burlándose, que nos vio que pasamos perdidos unas tres veces por el frente de la finca antes de entrar, pero sabía que tarde o temprano íbamos a llegar. Es que todo está cambiado porque ha llegado gente nueva a la vereda comprando de una vez varias fincas y al parecer es mucho lo que han tumbado.
Manyoma pensaba distinto, muchas veces llevaba la contraria, criticaba a las instituciones y él mismo, antes del boom de los proyectos, se convenció de que la salida era conservar. Pero aún así, siendo tan único, también fue la representación de la historia que se repite. Un hombre sin tierra en una tierra sin hombres, un colono, un raspachín, un campesino, un tenedor de ganado, un habitante de un lugar donde la ley dice que no se puede habitar, un departamento olvidado y expropiado de todas sus riquezas.
Un ser vivo más, habitando la inmensidad de su montaña lejos de otras personas aprendió de la pantera, se saludaba con el tigre y compartía su cosecha con los saínos, los chaquetos y las lapas. El dinero del PNIS nunca le llegó, tampoco alcanzó a ver su nuevo proyecto de cacao y al cacai todavía le faltan dos años para producir.
Estaba lejos de cualquier atención en salud y seguramente su sabiduría le mostró que algo estaba mal e intentó ir al pueblo. La muerte lo agarró en la carretera que él mismo, años atrás, supo que era necesaria para la gente de su vereda y que nunca, ningún gobierno ha arreglado para que las cosechas se puedan sacar. Manyoma es la historia misma de toda una región, es la memoria de las comunidades que enseñan que también las personas pueden hacer parte del bosque, es el retrato de miles de rostros de mujeres y hombres que habitan los bosques de la Amazonía. Manyoma ahora es un espíritu guardián del Chiribiquete y en medio de la montaña sonríe, camina bailando y canta “Catalina, la Oh, Catalina la Oh”.